lunes, 14 de septiembre de 2009

Yadira Bendaña lamenta el silencio cómplice contra el pueblo cuando trabajó en Televicentro

Tras laborar durante décadas para Televicentro, propiedad de Rafael Ferrari, la comunicadora Yadira Bendaña ahora lamenta haber callado todas las injusticias contra el pueblo que presenció en esa televisora. Bendaña fue presentadora de seis ediciones de la Teletón, presidida también por Ferrari.

Tegucigalpa (Tomado de diario La Tribuna).
Sucedió que yo estaba esperando del otro lado del portón mientras el muchacho del parqueo buscaba quitar llave al candado. Unos minutos transcurrieron cuando me percaté que a unos metros de distancia se acercaba un hombre alto y moreno, ¿vendría hacia mí? Me asaltó la duda y también el miedo. Mi primer pensamiento fue proteger a mi hija que me acompañaba, de un asalto pensé, mientras, el joven del parqueo no encontraba la llave.

No alcancé a reparar la cercanía del hombre que con furia acumulada me dio un duro golpe en la cara. ¡GOLPISTA DE MIERDA! –me gritó. Sin poder salir del asombro, mil pensamientos vinieron a mi mente. ¿Por qué me golpea? ¿Por qué me acusa de golpista? ¿Me merezco esta agresión?

Y luego me invadió una tristeza profunda, ¿me merezco este golpe? Sí, me lo merezco, no por golpista, si no por haber sido cómplice por omisión de tantos años de violaciones recurrentes a nuestra Constitución y haber callado, por ser testigo de tantas injusticias y haber callado, por reconocer que la corrupción se entronizaba en nuestro país y haber callado, porque viví de cerca la apatía de las clases dominantes hacia los más pobres y aunque trabajé por su alivio también callé.

Porque habiendo escuchado muchos testimonios de mujeres abandonadas a su suerte, privadas ellas y sus hijos del derecho que, como ciudadanos de este país les asiste a la educación y a la salud, no denuncié la clara violación a sus derechos; a ellas también las acoge nuestra Constitución y sus derechos son violentados y también callé.

Porque vi expirar a una mujer que murió de inanición; porque he visto la carencia de medicamentos y atención en los hospitales y cucarachas andar sobre las yagas de un niño quemado; porque he visto a nuestros niños recibir clases en el piso y asistir descalzos a la escuela y bebés con la piel pegada a los huesos habiendo recursos para aliviar su dolor; porque he recogido testimonios de ciudadanos que guardan prisión purgando por un delito que no cometieron, y también he visto delincuentes que habiendo cometido hechos verdaderamente dolosos contra el Estado gozan no sólo de libertado sino de canonjías. Todo lo vi y callé.

¿Será eso lo que nos pasa? ¿Será que estamos pagando las consecuencias de nuestro silencio? ¿Será que queremos expiar nuestra culpa buscando responsables a nuestra conveniencia? ¿Será que nuestro dedo inquisidor señala en la dirección correcta?
¿Será que debemos ser más solidarios? ¿Será que no encarnamos nuestra Constitución y nuestras leyes en cada ciudadano por miserable y lejano que este sea? ¿Será que nuestra Constitución es un accesorio que en lugar de protegernos nos divide y que inocente y ajena a nuestro conflicto ve con tristeza cómo la usamos como un instrumento de confrontación?

EL GOLPE todavía me duele y me dolerá por muchos años más, pero ya no seguiré callando.